lunes, 11 de junio de 2012

Entre carabinas y la Boca del Lobo.

Supe hasta los 9 años que yo fui un hijo causabodas, de esos que aparecen de la nada a mediados de los años ochenta. Dado a que mi familia materna nadaba en mares profundos de catolicismo, mis padres fueron obligados a casarse de inmediato por la iglesia y, por si las dudas, también por lo civil. Inmediatamente mi abuela materna les regaló un departamento de un edificio que se le había heredado, justo por Tacuba, que en tiempos de los setenta no era la porquería que es hoy en día.

Departamento sencillísimo, quisiera poder describirlo pero en ese tiempo no era capaz ni de controlar mis propios esfínteres, mucho menos mi memoria fotográfica. Pasados unos meses, creo, mi papá decidió cambiar la residencia de la familia a Aguascalientes así que nos mudamos con grandes esperanzas de poder regresar a la Ciudad de México tan pronto fuera posible, vamos, mi madre tenía 22, estaba a un semestre de terminar la carrera de diseño gráfico en la UAM cuando me alojé sorpresivamente en su vientre; mi papá, más despreocupado, era un médico veterinario zootecnista, lo que dice su título universitario, y de una familia un poco más acomodada económicamente. Estando allá, una mujer de 23 años, con un hijo que no podía dejar de llenar cualquier habitación de olores non gratos, un hombre de 28 con trabajo de veterinario de grandes especies (animales de rancho, pues), lo único que ocasionó fue un enfriamiento de esa relación forzada. Caracteres incompatibles llevaron a un rompimiento el cual sí tengo recuerdo, bueno o malo, lo recuerdo.

Después de varias visitas de familiares de las dos partes involucradas, tengo entendido que mi abuela empezó a hablar con mi mamá acerca de que se regresara, tomando en cuenta que mi papá no era todo un caballero con la educación liberal que mi abuela había puesto en cabeza de mi madre, macho de casa, orgulloso y dominante como él solo. Debo aclarar que mi abuela, nacida en el 39, tenía 2 divorcios, lo que es rarísimo en gente de su generación. Dada esa referencia, no se esperaría menos de mi madre que a la primera que estuviera harta de alguna actitud de mi papá lo dejaría sin mirar atrás. Y así pasó, no juzgo cómo fue porque esos chismes no llegaban hasta mi cuna de latón dorado y brillante.

La casa de Aguascalientes, "Agüitas" como yo le decía a mis 4 años de edad, era grande, muy padre para un niño con empujes de explorador: el patio normal, de piso carmesí, estancia como cualquiera, con sala y comedor en el mismo cuarto, el primero hasta el final, cocina del lado izquierdo, donde mi mamá le preparaba un asqueroso tepache a mi papá con cáscaras de piña que siempre repudié, al fondo los dos cuartos, el de la derecha el mío, no recuerdo nada de ese y tampoco del de mis padres. La decoración era algo especial, mi familia, por las dos partes, son dedicadas a la pesca y la caza de manera amateur pero muy entregada, la casa llena de pieles de animales cazados por mi papá, una boa viva encontrada en uno de esos viajes de caza habitaba en una pecera a un costado del comedor.

Algo que bien recuerdo es que mi mamá me compraba matamoscas de plástico con regularidad, yo era el, importantísimo, elemento encargado de matar a todos esos animales rastreros que tanto abundaban en las afueras de Agüitas, bien recuerdo que en donde fuera que estuviese jugando, solo escuchaba el agudo grito de mi mamá, casi siempre en la cocina, y yo me subía a mi carrito de plástico, tomaba mi matamoscas y con mis rodillas negras empujaba el carro haciendo sonidos de sirena de patrulla, llegaba al punto del siniestro, mataba al animal sin temer a nada, de un solo golpe y dejaba de nuevo la casa en tranquilidad, regresaba a mi cuarto, estacionaba mi carrito, ponía encima mi arma mortífera y retomaba mi juego, casual. Así, también recuerdo cómo mi abuela materna rompió una silla de nuestro confortable comedor de mimbre porque se escapó la boa de mi papá de su pecera.

Un día de esos, no recuerdo cómo se desató, pero mi mamá tomó un taxi de ahí mismo, sin maletas, sin bolsas, nada, solo le dijo al taxista que se fuera directo a la Ciudad de México. Nos habíamos escapado de casa y tomamos rumbo a casa de mi abuela. Tengo entendido que no mucho después se empezó el trámite de divorcio alegando que mi papá estaba siendo irresponsable hacia la familia por lo que el mismo trámite le impediría verme (cosa que, según mis recuerdos, no era cierta). Mi padre, en un arranque estúpido, y lo digo así porque nunca asimiló las consecuencias legales que esto le traería, decidió un día ir a la Ciudad de México por mi. Llegó la tarde de un sábado, poco antes del 15 de septiembre ya que los carritos con banderas rondaban por todos lados, tocó el timbre y la muchacha de casa de mi abuela salió a abrirle, sin saber nada de la situación que pasaba entre mis padres lo tomó con mucha naturalidad, mi papá le dijo que iba por mi para llevarme por un helado de limón, que pareciera que era lo único que me mantenía vivo porque siempre lo pedía, la muchacha sin dudar me entregó con mi papá y sin presiones nos regresamos a Agüitas, llegamos a esa casa, de noche, y mi abuela paterna me recibió en brazos. Según lo que me platicó mi mamá, su desesperación fue frustrantemente mortal, no sabía a dónde me había llevado. Dato curioso, mi mamá se había ido a cortar el pelo cuando mi papá pasó por mi a su casa, me había comprado un banderita en esos carritos que me hacen recordar la fecha, ahora mi mamá les tiene un resentimiento.

Mi madre tuvo varios intentos de ir por mi y regresarme a casa, el primero fue ella sola por lo que no pudo hacer nada, solo dio la vuelta y no pudieron dialogar en lo más mínimo.

El segundo fue un poco más agresivo, mi mamá acudió con un abogado y entregó diversas demandas a mi papá y no recuerdo cómo fue el proceso, pero solo ubico el escenario en el que yo estaba sentado en las piernas de mi mamá, en el asiento del copiloto de un coche dorado, el abogado manejaba e intentaba salir del lugar en donde se estacionó afuera de la casa de mi papá, volteé a la reja de mi casa mientras se alejaba y solo vi a mi papá saltar de un solo brinco la reja de la casa apoyado en su brazo, hizo volar 110 kilogramos en 185 centímetros de estatura sobre una reja de metro y medio, poco más. Cual toro enfurecido corrió al coche, y con la mano tomó el vidrio que mi mamá apenas estaba subiendo y lo bajó hasta el borde de la puerta del coche, me tomó del brazo y de un tirón me sacó. Supongo que el abogado y mi mamá no vieron otra salida más que irse de ese lugar sin ningún resultado.

La tercera vez, aunque fue la definitiva, fue la más intensa.
Me recuerdo claramente jugando con la colección de la serie de He-Man en la sala, me la había mandado completa el hermano de mi mamá, con todo y el castillo parlante, cuando escuché un numeroso grupo de hombres golpeando la reja de mi casa, mi papá abrió los ojos de sorpresa más grandes que los míos, mi abuela no estaba en ese momento. Los golpes siguieron a la puerta de madera que teníamos en esa casa, pintada de blanco, plana y con manija dorada que nunca pude abrir. Rompieron la puerta y eran, no se cuantos, miles, según yo, policías judiciales armados con armas de alto poder -así se le llama a cualquier arma larga con calibre mayor al .22, no me llamen exagerado-, exigiéndole a mi papá mi custodia. Mi papá tomó una reacción la cual jamás olvidaré: teníamos un rifle carabina (carabina se le llama a los rifles con cañon menor a 20 pulgadas) de mi bisabuelo colgado justo arriba del sofá en el que estaba sentado viéndome jugar, no sé porqué lo hizo, dudo que haya estado cargado pero su reacción convocó a que todas las armas de los judiciales apuntaran a él, con un raudo grito de uno de ellos: no haga pendejadas, señor, tómelo con calma. Pronto mi padre dejó atrás el acto que pudo terminar en algo peor. Tranquilo se sentó y recuerdo que salí escoltado por varios policías hacia el auto donde estaba mi mamá y abuela, las dos lloraban, lo hicieron casi todo el camino y yo lo único que recuerdo fue estar emocionado por ver tantos rifles y escenas tipo Rambo, película de moda en esos tiempos.

De ahí, nunca supe nada de mi papá, solo sé que mandaba giros postales por cobro de algunos pesos a cambio de verme y pasar alguna navidad con él. Mi mamá siempre se negó a cobrarlos hasta un día que estaba muy estresada por su tesis y lo tomó para irnos de vacaciones, igual nunca vi a mi papá.

Recurrentemente veíamos a mi abuela paterna por ser amiga de la familia, mi abuelo paterno era compañero de cacería del hermano de mi abuela materna. Siempre me veía y me abrazaba como si supiera que nunca más me volvería a ver, le tenía cariño pero no una costumbre, en mi casa solo escuchaba malos comentarios de esa familia, todo ello me llevó a pensar en que eran ciertos, sin tomar en cuenta que solo era el cincuenta por ciento de la versión completa.

Cuando cumplí 18 decidí buscar a la familia paterna, de manera libre al sentirme capaz de decirme independiente de decisiones en casa, me llevé enormes sorpresas.

Mi mamá siempre le tuvo una estima a mi abuelo paterno por tener un interés neutral en mi, nunca inclinó alguna decisión basada en ninguna de las dos partes, así que decidí llamarle a mi abuela paterna a escondidas y pedirle el teléfono de mi abuelo, estaban divorciados.

Le llamé, con voz temblorosa, dudosa y con sorpresa de conocer a la persona que siempre me había querido incondicionalmente. Nos citamos en un VIPS, cerca de mi casa y puntuales, los dos, nos vimos a la hora acordada. Yo, a mis 18, en la cumbre de mi adolescencia de patán, gañan, actitud de "me la pelan todos" lo vi en la recepción del restaurante y desvanecí en llanto, lo abracé, lo tomé de la cabeza cuando se agachó por mi, con 70 años aun medía un metro y noventa centímetros. Después del largo abrazo, que claramente conmovió a mucha gente de ahí, tomamos mesa para platicar. Me contó de sus viajes, sus aficiones, sus cacerías, cuanto me extrañaba, que siempre, cada que lo veía le pedía que fuéramos por nieve de milón, tal y como yo podía pronunciar limón. Acabado el café y el pastel, me pidió que fuéramos a su casa, que tenía unos regalos para mi que había buscado inmediatamente que le llamé.

Fuimos a Lindavista a donde vivía, casa de su hija, hermana de mi papá. Cuando llegamos, nos vimos, nos hicimos una plática insignificante que no me llenó del todo, no la recordaba bien ni que haya figurado en mi infancia. Pasamos rápidamente al cuarto de mi abuelo, abrió su closet y sacó una caja que parecía tener años guardada, de cartón humedecido, un tanto deforme, supongo que por tantos cambios de casa que tuvo, la tomó suavemente y la puso en su cama, cuando la abrió salió un olor a viejo, a polvo, a humedad y empezó a sacar poco a poco todo lo que tenía adentro. El viejo era un ídolo anónimo, le tenía una estima impresionante aun cuando nunca había estado con él en época consiente, ni en uso de razón y fue ahí cuando me di cuenta porqué. Sacó de la caja una botella de Henessy XO, con etiqueta de precio de Gigante Lindavista, con fecha de 3 de junio de 1985, solo dos días después de que nací y me dijo que la había guardado desde entonces para dármela el día que cumpliera 18, sacó un periódico, no recuerdo cuál, pero tenía fecha del 1 de junio de 1985, lo compró y guardo desde el día que nací, así mismo, sacó un saco de piel de venado, tipo monedero, lleno de monedas viejas y solo me dijo que esas eran las monedas que traía en la bolsa de su pantalón el día que nací y que se le hizo curioso guardarlas; del fondo salió un cuchillo de plata con mango de pata de ciervo, con mis iniciales quemadas en una funda de piel, una caja de pesca llena de instrumentos necesarios para empezar, 6 cañas de pescar que me había comprado a través de sus años de viajero por el mundo, un elefante tallado en madera, algo religioso, no sé definirlo, me lo había traído de cuando escaló el Monte Everest. Me llenó el corazón de alegría como nunca antes lo había sentido, un familiar que formaba una pieza en mi rompecabezas que no sabía que me faltaba. Lo abracé durante un largo tiempo y solo recuerdo que me dijo: que bueno que ese cariño por mi nunca lo olvidaste, porque yo tampoco lo hice.

Como siempre lo arruiné individualmente.

Días después, me atreví a pedirle el teléfono de mi papá a mi abuela para poder contactarlo, sorpresa que me dio al decirme que vivía en Montarrey, Nuevo León. Él no tenía relación con mi abuelo así que no podía juntar dos temas que eran como agua y aceite. Le llamé, con los nervios que nunca tuve antes, con la voz tan anormal que no me reconoció. ¿Raúl? ¿Eres tú? Me dijo cuando sintió mi voz nerviosa sin saber qué decir. Sí, soy yo, te quiero ver y platicar, ¿podemos? Y fue cuando me dijo que venía a México a verme.
Dos semanas después vino a México, hablamos, un poco más natural, y me dijo que pasaría por mi a la prepa cuando saliera, posteriormente iríamos a comer a algún lado. Pasó por mi ese miércoles, iba en una camioneta negra con vidrios entintados, como todo norteño, con lentes oscuros y el aire acondicionado a todo lo que da. Estaba con la novia en turno y solo me dijo que tuviera mucha suerte, me besó en la mejilla y mi papá me mostró un gesto como que quería conocerla pero creo que no era tiempo. Subí a la camioneta con una cantidad de diálogos preparados que ni la biblia puede contener, cuando del asiento de atrás sale una cabeza de un niño de unos 8 o 10 años, no lo sé, era mi medio hermano, el hijo que mi papá tuvo en su segundo matrimonio. Me irritó tanto que borró de mi cabeza todo lo que le quería decir, lo que le quería preguntar. El pésimo acto de mi papá nos llevó a no tener la plática íntima que tanto solicitaba y a la vez, sentía que merecía. Su único gusto era ver a sus dos hijos, enormes, juntos y sonriendo en todas las fotos. Creo que mi papá no se dio cuenta de mi disgusto, poco receptivo, tal como yo lo heredé.

Fuimos al mismo VIPS en el cual vi a mi abuelo y no concluí nada, solo creo que le di fuerza a los argumentos que siempre me había dicho mi mamá de él.

Meses pasaron y decidí irme una semana de vacaciones con él al pueblo donde vive, le pedí dinero para el camión y me fui 12 horas de camino a Monterrey, y una más de carretera para el norte hacia donde vivía él. No de manera humilde, pero no era lujoso su método de vida, tenía a su esposa, también veterinaria, mujer de la que nunca recibí ninguna mala cara solo calurosos recibimientos, qué respeto para ella, agradezco hoy en día todo eso.
Pronto mi papá empezó a realizar un tour por todo el pueblo para que sus amigos, clientes y conocidos me vieran y asombraran con el primogénito del doctor. Es de los veterinarios más concurridos y reconocidos en ese pueblo, casi ciudad, en la que un veterinario es más importante que un médico en donde la economía se basa en la producción de los ranchos. El hijo del doctor por aquí, el hijo del doctor por allá, ¿usted es el hijo del doctor, verdad? Y a todo siempre respondí orgullosamente que sí. Era todo un sueño, la gente e reconocía por el gran parecido que tengo con mi papá, cosa que su otro hijo no, y me trataban como la gran persona de ciudad.
Me la pasé bien, la ayudante de mi papá, Diana, una chica de una cara espantosa, como ver un tractoremolque desde abajo, pero con un cuerpo impresionantemente estético, le pidió permiso a mi papá para invitarme a salir en la noche. Mi papá, como el papá del gallo mayor, aceptó felizmente y me dio su camioneta para que pasara por ella en la noche.
Puntual estuve en su casa, humilde y a la mitad de la nada, se subió al asiento, se acercó un poco a mi y me tomó de la rodilla y me dijo que la llevara a La Hermita, era un parque en donde los jóvenes de todo el pueblo se juntaban para escuchar música, tomar y demás cosas que hacen los de pueblo, yo no encajaba. Me tomó de la mano y me llevó atrás de un árbol y me dio un beso en la mejilla y me dijo: hay mucha gente aquí, vámonos a la Boca del Lobo.
Entre aterrado por el nombre y emocionado por la actitud de ella, decidí tomar camino a ese lugar, que para mí, sonaba a mi muerte entre revolveres y sombreros. Llegando a La Boca, me di cuenta que era otro parque donde pasaba un rio, nada tenía que ver con el nombre, gracias a Dios. Fue ahí donde nos besamos y acostamos en la caja de la camioneta de mi papá, duramos ahí un largo rato y al no llevar condones decidí no calentarme la cabeza mucho, ya ven que las de pueblo nomás se embarazan de verles el talón.

Llegué a casa después de dejar a Diana a las 4 de la mañana, entré sigiloso y muy bajito le avisé a mi papá que ya había llegado, que todo había salido bien. Él, con reacción contenta, despertó a su esposa y le dijo que me hiciera de cenar, ella no emitió ninguna queja, se levantó, se puso una bata y me llevó a la cocina, me sentó en la mesa y me hizo machaca con huevo y unas tortillas de harina que había hecho a mano por la tarde, me ofreció salsa y se la acepté sin saber que la haría en ese momento. Me sentí apenado por lo que estaba haciendo, prácticamente mi papá le había ordenado que lo hiciera, cuando yo en mi casa no recibía ninguna atención de mi mamá a ninguna hora del día, y a esa hora de la madrugada, lo único que estaba acostumbrado a escuchar eran reclamos y regaños. Su esposa lo hizo con gusto, nunca me puso ningún gesto de desagrado en mi cara. Las atenciones que tuvo me llevaron a estimarla en un grado que nunca imaginé. No pasó nada más en ese viaje, nada relevante.

Mi papá empezó a presionar demasiado con la decisión de la universidad, con que pasara fechas importantes como navidad y año nuevo sin que yo estuviera preparado para no pasarla con mi familia de 18 años, sin mis tíos, sin mi abuela, sin mi mamá. Eso me llevó a pelearme con él de manera pasiva, por lo que terminó en que nos dejamos de hablar. Todo por no tener el valor de decirle las cosas y solo alejarme gradualmente, injusto para él porque nunca supo qué pasó.

Decidí cortar relación con toda la familia de mi papá, incluido mi abuelo, gran error, ENORME ERROR. Un día, solo recibí un mensaje de texto en mi celular, de mi papá.

-Tu abuelo murió.


jueves, 7 de junio de 2012

De 3 a 5:30 [Parte 5]

De esos días a la fecha han pasado pocas cosas, no se volvió a tocar el tema en ningún momento de manera personal, pero me rondó la idea poco menos de un año hasta que salimos de viaje los 4 nuevamente. 


Fuimos a casa de su novio-prometido-amigo mío, la famosa casa fuera de la ciudad en un plano de vacaciones de varios días, todo fue difícil puesto que no tenía dinero suficiente pero mi novia me pedía exigentemente que fuéramos a toda costa, fui de malas, odiándola bajo toda situación que ella me hiciera pasar, teníamos meses discutiendo cosas estúpidas a niveles que pensarían que son de vida o muerte. Llegamos y nos acogieron de forma impresionante, como siempre había sido. Estuvimos un par de días descansando, tomando, comiendo, haciendo lo que un buen oficinista promedio podía disfrutar al máximo, entonces fue cuando volcaron un par de situaciones fatales para los dos, fatales por las situaciones en las que nos encontramos actualmente.

La primera fue un tanto cursi para mis estándares.
Llegó la noche, helada como suele ser, húmeda y llena de energía, casi siempre los días los ocupábamos en nadar, comer, tomar y dormir, nada en exceso, solo para el rato; ya oscuro, acostumbrábamos a juntarnos en las mesas del jardín, tomar alguna botella de ron barato, platicar trivialidades y reír fuertemente con tan banales pláticas, y fue justo así como empezó todo. Estaba en un camastro, acostado, derrumbado de cansancio con 3 o 4 tragos encima, por lo que decidí ponerme una gran cobija encima y cubrirme de esa brisa húmeda y helada después del día con sol abrazador, ella y yo ya habíamos cruzado miradas, de esas que sabes que significan algo pero no sabes qué, total que fue a acostarse conmigo, su novio, no celoso, no emitió ninguna gesticulación, mi novia, celosa, me miraba con unos ojos que pocos infiernos pueden contener. Nos tapamos, apretados, bajo la misma cobija, aunque no lo quería, tuve que poner un brazo, el derecho, al rededor de su cuerpo para que pudiéramos acoplarnos al poco espacio que teníamos en el camastro. Fatalmente mi cadera se pegaba a sus muslos, ya lo había descrito, tiene una figura que derrite cualquier témpano que se le acerque a pocos metros; comencé a tener una penosa erección solo de recordar la delicia que era tenerla desnuda acostada a mi lado, creo que no lo notó, alejé lo más que pude mi cadera para que no se diera cuenta. Estuve así, entre ese juego mental individual, casi una hora, cuando ella empezó a acariciarme la mano por debajo de la cobija, ese acto me distrajo completamente de mis pensamientos que derramaban lujuria sobre todo el jardín, en cambio, fue algo radical, toda su ternura concentrada en una sola caricia, subía y bajaba su tersa tez sobre mis nudillos ásperos, luego, siguió por toda la palma de mi mano, entrelazábamos los dedos, nos apretábamos de las muñecas, jugábamos con las uñas, todo eso debajo de la cobija que salvaba mi vida. Después de eso, de darme cuenta que me encontraba a miles y millones de kilómetros sobre el nivel de la tierra, decidí no dejarme llevar más por el momento, corté toda simulación de cariño y súbitamente decidí irme a dormir, sabía que me iba a ir solo, es lo que quería, me sentía mal de saber que esa ternura estaba siendo momentánea, la quería de tajo conmigo, esa noche y para toda la vida. Amargamente me despedí y subí hacía mi cuarto en donde me recosté al revés, es decir, con mi cara hacia la parte donde ella pondría la cabeza para dormir. La quería escuchar dormir.


La segunda, no fue tan cursi, no tanto como reveladora o impactante para ella.
Sorpresa fue que cuando yo me encontraba acostado, pensando en lo que había pasado abajo, dónde me había dejado y todo lo que estaba pasando -además de que esos pensamientos también me llevaron a tener una condición sexual muy activa- entró ella al cuarto, alegando que también tenía sueño y quería dormir. El cuarto, compartido con otras cinco personas más dormitando profundamente, se cimbró de silencio, los dos acostados y viéndonos a los ojos, deseando poder estar en su misma cama, le dije secamente que no la había olvidado, que no la he dejado de amar y que estaba enamorado de ella, que me perdonara por todas las pésimas actitudes que tuve con ella y que, por favor, pensara en mí, en nosotros, en que dejara a un lado su relación y que definiera su vida por mi. Claro que no supo que decir en ese momento, me mostró que me quería matar, que quería esconderme mil metros bajo la tierra, que tengo la culpa de no haberlo dicho a tiempo y que sentía la vida encima, sin embargo, lleno de una emoción que no dejo que durmiera tranquilamente, noté que no le desagradó lo que le dije, asumí en ese momento que ella sentía algo parecido. Seguimos hablando y echando en cara cosas que no nos gustaron uno del otro, si hubiese sido debate, perdería en todos aspectos. Ella mencionó mucho la cuestión de los tiempos, no habíamos coincidido en nada. Nos tomábamos de la mano, ella en una cama y yo en otra, pero sentí que nos separaba un abismo de lo que realmente quería que sucediera en ese momento. Quería brincar a su cama en acto raudo, tomarla por la cintura y besarle cada centímetro de su delicia de piel, olisquearle todo cuello y cabello, pasar mis labios por cada punto en el que pudiera ella sentir el fuego inmenso que sentía dentro de mí, tocar con mis manos cada curva que contonea su cuerpo hasta que con cada caricia tuviera un orgasmo, sentir toda su humedad con mi boca y poder beber de ella cada mililitro de sudor que expida, hacerle el amor hasta que la luz del día nos cubra y nos lleve a un sueño tranquilo donde podamos descansar hasta poder volver a comenzar todo, de nuevo.


Hoy en día, continúo peleando por ella, continúo peleando porque la relación se convierta en mi vida rutinaria, la vida que quiero que levante toda expectativa que he planeado. Quiero que ella se convierta en mi compañera de vida, en mi compañera de alma, aunque suene algo precipitado, quiero que sea la copla para crear una familia que llenaría mi vida. Por mientras, mí única y mejor opción que tengo es que sea mía solo de 3 a 5:30, mientras llego a la meta que me planeo objetivamente. Suerte para mí.
















-Fin.

martes, 5 de junio de 2012

De 3 a 5:30 [Parte 4]

En mi soliloquio de berrinche me llevó al egoísmo de enfriar la relación, me sentía traicionado aun cuando yo estaba comportándome como un verdadero patán. Decidí distraerme un poco y hacer que ella hiciera lo mismo por otro lado; le comenté a un amigo que la invitara a salir a razón de no tenerla lejos pero a la vez sin peligro de que no estuviera conmigo. Se conocieron por teléfono, él le llamaba desde mi celular porque la tenía gratis y podíamos hablar durante el tiempo que quisiéramos -gran error-, empezaron a relacionarse demasiado y hablaban cada vez más, pero no tomé la molestia de intervenir porque no pensé que fuera algo de peligro. Se conocieron el fin de semana que quedaba cerca del 14 de febrero y ella ideó un plan para decir en su casa que saldría de fin de semana con los del trabajo, cuando no era cierto, se fue a la casa de fin de semana de dicho amigo.


Me quedé a gusto siendo que cuando yo iba a esa casa me la pasaba muy bien, al grado de que lo repetía un par de veces al mes, por lo menos. Cuando regresó, el lunes de inmediato la contacté para ver cómo le había ido, ella, muy escueta en su respuesta, me platicó nada. Me dijo que le había ido bien, algo divertido, que nadó, que tomó, que todo, en realidad, estuvo solo bien.


Le pregunté a mi amigo, y él, cual hombre determinado y lleno de conquistas a través de sus años, orgullosamente me dijo que tuvo relaciones con ella. Se me cayeron los calzones al sótano, desde el piso 16 donde trabajaba. No tuve más que encararla para poder satisfacer mi necesidad de estupidez masoquista y vagamente lo aceptó, no sé si con pena o vergüenza o solo quería quedárselo para ella, lo que era algo muy válido.


Nunca más toqué el tema con ella, no volví a buscarla con fines de amor, sexo o confidencia, mi orgullo me llevó a olvidarme de ella por completo, aun cuando nunca pude separarme por completo, nunca pude estar lejos de ella de ninguna manera. Me arrepentí por un rato, mediano rato, mi relación iba mejorando un poco, y ella se veía feliz, nos frecuentamos tanto como un ateo a la iglesia, socialmente aceptado, pues. Ella empezó a enamorarse de él, él ya lo estaba desde que se la presenté aunque tardó un poco en cuajar esa relación oficialmente.


Brincándonos un poco acontecimientos que no tiene caso mencionar -el desinterés de ese tiempo no tiene aspecto agradable en la situación que me encuentro-. Ocurrió un problema enorme, ella tuvo un problema fuerte con el neandertal de su padre -que carece, hasta la fecha, de neuronas funcionales- lo que la llevó a tomar la decisión de salirse de su casa, propuesta hecha educadamente por el erudito progenitor. Llamó apresuradamente a su novio para que la recogiera, tomó sus cosas, las pocas que pudo y se fue a casa de él. De ahí, ya nunca salió, me dio gusto que él pudiera tener los medios y recursos para apoyarla de esa manera, yo jamás hubiera podido ser eso; tiempo pasó y nunca tomó otro rumbo, vivió ahí hasta que fue adoptada por la familia de su novio, tan cercanamente que decidió no regresar a su casa e impulsar el deseo de casarse con él.

Poco tiempo antes de que decidiera encarrilar esas nupcias, pasó algo curioso en su cumpleaños número 22, fuimos a comer con los de su trabajo, gente con la que me relacioné también cuando trabajé ahí; el alcohol corrió en cantidades exorbitantes y ella nunca ha sido de tomar de manera excesiva por lo que terminó con su cordura a la tercera copa que tomó, yo no tomaba en ese tiempo, además de que mi cometido era llevarla a su casa después de la celebración y no soy muy bueno tomando y manejando, salimos a fumar varias veces, mencionábamos temas curiosos de lo que había pasado, recuerdos bonitos y recuerdos que no valían tanto la pena, reclamos, como muchos les dicen. Ya una vez con la sangre caliente de dichas pláticas privadas en el balcón del restaurante, ella dejaba escapar su mano por debajo de la mesa hacia mi pierna, la acariciaba, la apretaba, me hacía ver que todavía había algo, cosa que nunca mostró antes, en la siguiente salida a fumar, le pedí un beso, me lo dio en una manera tierna que no había hecho antes, sus labios apenas rozaban los míos y sentía su respiración, su vaho, entrando por mis labios y yendo hasta el fondo de mi garganta, su lengua pasaba lentamente a través de todos mis labios, los mordía con una pequeña succión que me dejaron volando a miles y millones de metros por encima del cielo. Decidí enfrentar todo viento y marea que se interponía en mis irracionales actos a los que me quería afrontar: confesé mi enamoramiento latente, que nunca decidí bien las cosas, que la amaba y no quería que estuviera lejos de mí, que dejara a su novio, que nos fuéramos lejos, que podíamos empezar todo de nuevo, podíamos ser lo que quisiéramos, que teníamos la fuerza para poder tirar cualquier muro que se interpusiera; era demasiado tarde, ella solo se dedicó a reclamar más y soltó algunas lágrimas, yo sin embargo no bajé la postura a nada que me detuviera, se limpió las lágrimas y decidimos entrar de nuevo a la mesa donde estaban todas las bebidas. Nunca me resolvió nada, parecía que estaba demasiado distante por el alcohol y no estaba reaccionando a lo que le dije. Más tarde, a la hora acordada por su novio, nos despedimos para tomar rumbo a su casa en mi coche, ella ya no controlaba ningún impulso que el alcohol no inhibiera. 


Pedimos el coche, la noche estaba terriblemente helada y la lluvia pesada que provocaba un tráfico infernal, a penas nos subimos al coche nos envolvió una pasión que nos hizo besarnos hasta empañar cada cristal del coche, ella estaba irreconocible, me besaba con tantas ganas como si hubiera tenido ganas de hacerlo desde 3 años atrás, desde que terminamos, por así decirlo. Los besos y caricias nos llevaron a intimar más y más, nos tocamos cada parte de nuestro cuerpo que las posturas dentro del coche nos permitieran, nos perdimos entre las calles de ese rumbo por una hora, hora en la que se desfogó todo lo guardado que teníamos. Por fin llegamos a su casa, se bajó y casi no pudo abrir la puerta de su casa.


Me regresé por el camino largo y no dejaba de pensar que lo planteado se podía hacer realidad mucho antes de lo que pensaba, así como la correspondencia de ese deseo que tenía desde tiempo atrás.


Al otro día platicamos por messenger, pero no mencionó nada del tema, de hecho, ni siquiera me siguió la corriente en un par de comentarios que hice para que tomáramos el tema en manos, fue devastador pensar que estaba tan ebria que se arrepentía de lo que hizo, dijo y pensó. Mi mejor escenario era que no lo recordara, pero no era así, lo recordaba bien, tanto que quiso evitar el tema. 


Desde ese día, solo hubo destellos de esa plática, de nuestras situaciones en paralelo, de nuestro querer.


Ella tiene una mente tan poco legible, tan poco transparente que es casi imposible de saber o insinuar qué piensa, tiene que ser muy directa con uno para poder entenderla. Una vez que expresé lo que sentía y no tuve respuesta de su parte, cometí el error de lanzarme a ella de manera física, trataba de besarla en muchas ocasiones y no recibía respuesta de su parte, no sé porqué si así había pasado 4 años atrás. Siempre trataba de llegar a su cuerpo antes que a su cabeza, al revés no me había funcionado, me acercaba, trataba de tocar su torso, su tan erguido y elegante torso, con esa proporción tan perfecta que manipula el concepto de balance a todas direcciones, sus piernas largas, torneadas, deleite que a cualquier costa deseaba para mi, pero no para un instante como había pasado, de verdad lo quería para siempre. En otras ocasiones se lo dije, pero ella no me creía, literalmente dicho, no creía que mi deseo, como lo representaba, era mucho más allá de lo carnal, ella pensaba que solo quería eso y no supe como hacer que cambiara esa interpretación, sin embargo, nos seguimos acercando conforme el tiempo pasaba.

lunes, 28 de mayo de 2012

De 3 a 5:30 [Parte 3]

Después de todo lo ocurrido empezaba mi pesadilla de autoestima, indecisiones, y falta de conductivismo apropiado. Pese a todo lo que podía ganar y no perder al estar con ella, no podía aceptarlo fácilmente, hasta el día de hoy no sé porqué. Tiempo pasaba y me hacía más feliz cada día, cada que tenía oportunidad le llamaba, le escuchaba todo. Pocas veces nos decíamos cosas claras que denotaran cariño o amor, pero más que eso, los actos hablaban por si solos. 


Hasta hace poco fue que ella me recordó un suceso importante que fue de las primeras sensaciones de desmembramiento que le hice sentir, y lo sé, pero no podía bajar las manos ante mi clara posición de patán que siempre quise dar por seguridad propia:


Era un jueves, a las 10 de la noche, ya casi era hora de llamarle como todos los días lo hacía -10:45 aproximadamente, para que ya estuviéramos en cama y listos para dormir, pero vaya sorpresa que ella me llamó primero, no se escuchaba prácticamente nada, solo un gran sonido de música, risas, gritos, ella había salido a tomar algo con un grupo de amigas, a las que sé, les contaba todo lo que iba pasando. Me saludó y yo me encontraba extrañado, algo no estaba siendo regular, se salía de la rutina que teníamos, rápidamente noté que su tono no era el más sobrio ni su dicción la más acertada -no quiero exagerar, solo sabía que había tomado-. Me empezó a hacer preguntas sin sentido, cómo me había ido, qué tal mi día, cosas regulares pero que yo contaba, no que ella preguntara; después del breve momento de rodeos decidió decirme el propósito de la llamada:


"Te llamé para decirte que estoy clavada, que me siento muy bien contigo, que te quiero y quiero saber qué piensas". (Algo así dijo, no lo recuerdo textualmente).


Me quedé helado, sin saber qué decir, en realidad sí sabía, pero no podía decirle al hecho lo que estaba pasando, yo ya me encontraba comprometido sentimentalmente con ella, pero no sabía cómo aceptarlo ante si misma (cada que lo había hecho, terminaba en un uso no muy benefactor para mí). Lo único que podía decirle era que estaba bien, que... que... gracias, prácticamente. Nunca pude decirle que estaba enamorado de ella y que quería pedirle ayuda para deshacerme de la persona con la que me encontraba; jamás pude hacerle ver cuanto quería estar con ella ni de qué manera me encantaba todo su ser, aspecto, inteligencia y templanza. Nunca pude aceptarlo enfrente de ella. Necesitaba pedirle ayuda pero mi orgullo podía más que mi necesidad.


Pasaron días buenos y días malos entre nosotros, días en los que me quería ver, días en los que no me quería ver y así mutuamente de mi lado. 


Cada día avanzaba más en el consentimiento de que quería dejar a mi pareja actual por ella, cada día me partía en menos pedazos para poder verla. Así, un día lleno de circunstancias que llenaron mi saciedad de análisis me di cuenta que mi pareja me estaba engañando, con otra persona, y de manera épica en todos niveles. Mi depresión me llevó al suelo al ver que, aun cuando estaba dejando muchas cosas por ella, no lo valoraba, por lo que decidí adentrarme más en mi relación con la persona que más me procuraba. 


Ya estaba profundamente entrado en mi papel de poder dejarla, cuando decidí enfrentarla con los hechos documentados de esto y todo salió mal, me pidió que no la dejara, después de mil berreos decidí no hacerlo. Mala decisión.


Días después, tenía que hablar con ella y explicarle lo que estaba pasando con mi relación "oficial" por lo que un 11 de diciembre acordamos vernos al día siguiente: era la comida navideña de su empresa y fue cuando le llamé para decirle que no podía seguir más con esto, no sé porqué hice eso, hasta la fecha, o si hubo alguna razón válida, ha quedado borrada de cualquier registro que tenga.


Aun así, no rompimos el compromiso del día siguiente, puntual llegué a las 11 am a su casa donde se encontraba sola ya que sus padres habían salido de viaje llevándose a sus hermanos, el día era demasiado caluroso, muy soleado y con el cielo despejado de un azul tan claro que era imposible verlo detenidamente, eso me pone de buenas, llegué con entusiasmo. Creo que desde que hablamos un día antes habíamos sobreentendido del porqué ese sería el punto de reunión -era una obviedad el querer hacernos de nuestra privacidad-. Me recibió con los ojos rojos, desvelada, detrás cargaba una noche con excesos en todo tipo de concepto, no me pareció encantadora esa imagen y por primera vez con ella sentí celos e inseguridad. Nos saludamos dándonos un beso en la boca, repudié completamente ese aliento a alcohol que despedía de ella, para mí ese olor me es nauseabundo, mi entusiasmo decayó varios niveles; me tomó de la mano y rápidamente me llevó al cuarto de sus papás en el segundo piso y me sentó en la cama, siguió besándome pero yo no lo hacía con gusto, ella continuaba efusivamente cuando siguió por mi pecho, me abrió la camisa y decidió desabrocharme el cinturón, actuaba más intensa que nunca, cuando intentó desabrocharme el pantalón intentó acercar su cara y de sus hombros se deslizó su blusa, lo que dejó ver un moretón enorme, le pregunté que qué le había pasado y decidió no responder y seguir con lo que estaba haciendo, la separé de mi,  le bajé la blusa de los dos hombros y tenía 4, 5 o 6 moretones por todo el pecho, ya sabía qué era solo decidí presionarla hasta que ella me dijera qué había hecho. Por más que yo preguntara, ella intentaba no contestar y seguir su tarea con mi pantalón, alcé la voz y le pregunté por última vez qué era lo que había pasado: después de bajar la mirada, respirar profundamente contestó haber pasado la noche en un hotel con un compañero de trabajo en una total pérdida de sentido ahogado en enormes cantidades de alcohol. 
Fue un sentimiento de desilusión, me sentí ultrajado bajo las cosas que casi me pertenecían, por así decirlo, aun cuando no era mía, aun cuando una noche antes le había dicho que todo estaba por terminar. Por primera vez con ella sentí una enorme furia de celos y traición, decidí irme de su casa de inmediato con un coraje inmenso lleno de resentimiento. Dentro de mi, muy dentro, tan dentro que no lo pude aceptar hasta años después -y sigo fúrico por el hecho-, sé que no debí enojarme, sé que no debí pensar en una exclusividad de ella hacía mí porque yo no o estaba cumpliendo, se que debí comprender el dolor que le causé con mi ingratitud. 


Que no suene dramático, pero prácticamente me lo había ganado.

jueves, 24 de mayo de 2012

De 3 a 5:30 [Parte 2]

Preámbulo
Eran pocos días, algunos solamente, después de mi cumpleaños cuando conocí a mi pareja de ese momento, una chica linda, de estatura corta, cabello chino, tez blanca, sonrisa peculiarmente llamativa; la conocí en una fiesta infantil en donde el hijo de un amigo estaba cumpliendo 3 años, y debíamos celebrarlo a lo grande puesto que teníamos apenas 21 años. Hablamos ese día, convivimos, hubo penetrantes miradas y nos besamos entre copas, cigarros, gritos y súbitas intervenciones de amigos borrachos. Nada romántico, nada particular, solo era un triunfo personal el cual debí de haber adoptado muy frenéticamente ya que venía de una relación tormentosa y enfermiza ¡quién lo diría! Días después, esa chica me confiesa que tiene tiene novio -la primera que me hizo-, pero está a punto de dejarlo, sin embargo, me aferré a mi primer triunfo. Una semana después, la invito a mi fiesta de cumpleaños, donde a todos mis amigos les presumo de mi nueva adquisición, de mi nuevo logro después de haber tenido una pareja a la que le tengo mucho recelo. Todos mis conocidos, de ese momento, se encontraban emocionados por mi nueva actitud en la que me encontraba; dieron las 11 de la noche y ella no llegaba, un amigo tenía la enmienda de ir por ella puesto que yo, como anfitrión, no podía salir de casa. Llegó mi amigo, ¡por fin! Solo, me dijo que fue por ella y que a medio camino pidió que se desviara para ir a otro punto, mi amigo, poco extrañado omitió cualquier comentario, cuando llegaron al punto que ella había guiado se bajó del coche y le pidió perdón al conductor, afirmó que era casa de su ex novio, habían regresado y ella se quedaría a dormir en su casa ya que su mamá andaba de viaje -la segunda que me hizo en tan solo dos semanas-. Aferrado en mi imposición de que nadie podía hacerme tales cosas, decidí seguir insistiendo y al cabo de unos meses lo logré, muchos intentos, muchas frustraciones, muchos comportamientos en los que me desconocí. Fue mi novia. Salté detalles de ese transcurso de 4 meses en los que también me hizo varias jugadas las cuales me daría flojera redundar.
Por fin el día había llegado, de nuevo, su mamá andaba de viaje y veía mi oportunidad de dormir con ella. Me invitó a su casa, pero algunos tragos después -estábamos en un bar, en lo que parece que era la única actividad que nos acercaba- decidió no aceptarme en su casa, por lo que desesperado busqué alojo en otra casa, de algún amigo, conocido, no sé. No encontré nada, era ya de madrugada, le rogué que me dejara quedarme y lo logré, después de días de estar fuera de mi casa, era ya hora de dormir en una cama.
No pasó nada, no dormí nada, tenía la estúpida manía de beber, tomar, englutir cualquier sustancia que deformara mis capacidades cognitivas. Había consumido éxtasis por lo que mi furia era demasiada, no logré conciliar sueño ni mucho menos.
Al otro día me fui temprano, necesitaba alejarme de ese cerro de malas aptitudes hacia todo lo que hacía. Nunca pude en los consiguientes años.
Mientras todo esto pasaba, dichos tormentos, malos ratos, egocentrismos y dependencias, conocí a la principal de mi relato, mujer que podía cambiar mi vida, enderezar el vector tan mal dirigido en el que me encontraba, pero decidí descartarlo puesto que el ambiente en el que estaba me era más llamativo que su maldita prudencia para todo. Estúpido yo de 21 años.
Desde que salí de aquella empresa la relación intimó mucho más de lo que yo esperaba, seguían los mensajes, los largos párrafos de confesiones a través del messenger, llamadas diario, a las 6 pm, hora en que yo salía de trabajar y ella estaba por entrar a clase, llamadas a las 10 pm, hora en que yo llegaba a casa y ella disponía de dormir, llamadas a las 2 am, hora en que yo aun no conciliaba el sueño y extrañaba su voz, llamadas a las 7 am, hora en la que ella entraba a trabajar y me despertaba para irme a trabajar. Vamos, una relación a distancia en la que yo no me quería involucrar voluntariamente pero tenía toda mi atención.
Un día, bajo una conversación un tanto intensa llena de teclas y dudas para dar enviar al mensaje, le hice ver que aun cuando le tenía demasiado aprecio, no quería llegar al punto de tener relaciones, ya saben, para no formalizar. Punto en el que mentía porque me conozco demasiado bien, una vez pasando eso, el sentimentalismo me aflora de una manera que poca gente conoce. Una vez hecha ésta amenazadora advertencia me sentía a gusto haciendole ver que nada iba a ser más allá de besos, caricias y detalles en llamadas. Cosas que nunca dejé de ver como algo que yo sí quisiera, pero nunca me atreví a aceptar.
Cumplía años y fuiste la primera en llamar, mi relación actual estaba en caída vertical, todo el día pensé en ti y en tus labios, labios que nunca olvidaré, nunca olvidaré la sensación de morder ese par de pedazos de carne con la textura que jamás podría describir. Todo el día pensé en ti pero no pude decírtelo. No pude decirte que eras lo único que quería en ese cumpleaños. 
Mis cumpleaños me causan una gran depresión.
El tiempo avanzaba y no lograba determinar algo con ella, aun cuando lo quería, tenía la falsa esperanza de que ella no podría seguir en mi dirección de el ambiente en el que me encontraba, siempre ella preocupada por su universidad, por su familia, por sus hermanos, por su trabajo, por mi. Y yo, siempre preocupado por donde era que esa noche me iba a embriagar.
Un día, pensé individualmente en que ella sería la perfecta excusa para poder terminar con mi pareja de ese momento. Estaba acostado con ella, ya con problemas de infidelidad de las dos partes, fue cuando decidí mandarle un mensaje diciéndole que me llamara, ipso facto recibí la llamada, voz cálida, con un tono de preocupación, supongo por lo escueto de mi mensaje ya que tenía poco tiempo para hacerlo sin que me revisaran el celular; le contesté y me hice el sorprendido de recibir tu llamada, mi novia se enceló y me arrebató el teléfono celular haciendo ademanes de que me encontraba en problemas; empezó a alzarle la voz para decirle que ya no quería que me llamara, que tenía novia y que no quería saber nada de ella. Morí bajo las piedras que me enterraban de pena en ese momento con ella. No merecía eso, ¿por qué se me ocurrió tan valiente e inteligente acto? Por imbécil. Terminada mi visita con mi novia, decidí llamarle para pedirle disculpas, ella, tan fuerte como siempre lo ha mostrado, dijo que no había pasado nada, prácticamente "gajes del oficio". Nunca supe lo que en realidad pensó ella.
Después de las disculpas, parecía que todo seguía su curso, yo en mi relación y con mi cabeza en otro lado.
Las llamadas en la madrugada no pararon, nunca, y cada vez eran más intensas, nuestras visitas, nuestros besos, tomadas de la mano, abrazos, todo se incrementó en un nivel sensorial mucho más alto del que yo quería. 
Llegó el día, le propuse ir a un hotel, quería tenerla para mi en todo momento, ella, tras varios argumentos en los que no se notaba muy de acuerdo, pero tampoco lo contrario, accedió.
Nos vimos en una avenida cerca de mi casa, gran avenida, 6 de la tarde, decidimos entrar y después de todos los nervios que yo sentí y el doble por parte de ella, iniciamos.
Todo vago recuerdo de ello, todo esplendor, todo lo que sentía era para mi especial, para ella, el momento que toda mujer recuerda por siempre, su primera vez. 
Yo recuerdo no haberla pasado bien en mi primea vez, estaba muy chico, la otra chica era mucho más grande que yo, nada salió bien.
Esa noche, nunca sentí tanta humedad en mi cadera, ella arriba de mi, deslizaba todo su cuerpo sobre el mío, parecía que lo disfrutaba mucho, mucho más que yo. El sentimentalismo de mi parte, como siempre, oculto debajo de la cama, no podía mostrar mi manera de sentir hacía ella, lo único que quería era que nos uniéramos en un lapso que nadie determinara. Recuerdo que tiempo después terminamos acostados, viendo un programa infantil, ella sobre mi brazo y su brazo sobre mi pecho. Satisfechos, contentos, pero no sé si feliz: acababa de poner mi cabeza en la guillotina en una situación en la que no podía tener el control dado el estado en el que me encontraba.
Varias veces se repitió en mi casa puesto que quedé desempleado porque la empresa en la que laboraba fue comprada por el monstruo de la industria.
Esas visitas cambiaban mi vida, ibas a mi casa, comíamos comida congelada, en mi cama, después me metía a bañar y a veces me vestía, otras me volvía a acostar contigo, algunas veces salíamos a comer unos tacos cerca de mi casa, siempre pagabas tú porque yo no tenía ingreso, era deprimente pero siempre lo hiciste incondicionalmente. 






Llegabas a las 3 y te ibas a las 5:30, siempre.

martes, 22 de mayo de 2012

De 3 a 5:30 [Parte 1]

Cada que trato de alzar la cara para ver el panorama, busco con la cara hacia abajo, forzando mis ojos a mirar al frente, cualquier detalle que me detenga a levantar la vista; me incomoda voltear a ver a cualquier dirección sin antes fijarme que no me estén viendo, es ridículo, pero no lo tolero.
Eran las siete de la mañana cuando levanté la vista una vez ya sentado en mi escritorio de trabajo, un área amplia en la cual poca privacidad había, todos los empleados de donde trabajaba tenían la necesidad de estar en constante linea de comunicación por lo que no había cubículos en los cuales uno pudiese encerrarse a no socializar. 

Dispuesto a dar los primeros roces de falsa simpatía ya que no me encontraba del todo a gusto en ese lugar, vi a 15 metros una cabellera tan negra y pesada como cualquier cofre que tiende al fondo del mar, asombrado, inmediato me levanté a revisar el nuevo recurso que adquiría la empresa; confirmado, era una chica que llamaba la atención de cualquiera que pudiese pasar tan cerca de ella para parecer tan irracional y no voltear a ver. Lentes estrechos, cejas de bárbaro poder, tan arqueadas que delineaban su cara a proporciones inéditas, labios carnosamente chicos, mejillas con hoyuelos cálidos con los que podía mediar con cualquier sobriedad de plática con ella, ojos profundos, vaciladores, coquetos e hipnotizantemente negros, un talle enorme con unos pechos que podía imaginar desde el primer momento en que te vi, de calidad elegante y proporciones épicas, mujer alta, de piernas largas, torneadas, perfectas. Morena, tez de tonalidades que causan temblores a cualquiera.
Días después, no recuerdo cuantos, decidí presentarme más informalmente a como acostumbraba el área de recursos humanos en la empresa, su voz, tierna y aguda llenó mis oídos de llaneza durante días, días que se convirtieron en años hasta ahora. Empecé a ahondar en su cabeza con infinidad de preguntas a las que contestaba angelicalmente con monosílabos insoportables. Decidí desistir de mi interés por ella, claramente me mandó el mensaje de que yo no era si no una persona más que cruzó frente a ella. El problema fue cuando me di cuenta de que ella no había sido así para mí, comenzó a no querer salir de mi cabeza al grado de no saber cómo actuar puesto que no estábamos ni cerca de conocernos más profundamente.

Preferí insistir sin preguntar, le pedí su cuenta de MSN Messenger, lo que, en esos tiempos, era algo muy particular para intimar más en una amistad -que no era precisamente lo que yo quería-. Recuerdo que me lo dio inmediatamente y de esa misma manera le agregué y comenzamos a platicar. Raro, pero escribiendo se desenvolvía mucho más, más confianza, más íntimo, justo lo que quería. Me contó todo lo que le puedes decir a un perfecto extraño los primeros días, todo acerca de su familia, de su relación con un chico, más grande que tú, amigo de tu familia, ese que había sido tu maestro, ese que tenía negocios impresionantes con su papá, ese que tenía la madurez que nunca habías visto en alguien, ese que se había convertido en mi peor enemigo desde aquel momento.
Salté el tema tan inteligentemente que me devolvió la pregunta que nunca quise que me preguntara, si yo tenía una relación. Tuve que decir que sí, puesto que la tenía, sin embargo, era la peor relación en la que me encontraba y no tenía interés en conservar,  pero tampoco tenía el valor para terminar.
Pasó el tiempo y nos acercamos tanto que me dio miedo no poder controlar las cosas, teníamos mucho en común pero no quería aceptarlo, no podía controlarlo. Me cuesta trabajo pensar en involucrarme en eventos que no pueda tener un control obvio de la situación. Me estabas gustando y no podía perder la razón tan rápido.

***
Pésimo para mí, no me gusta aceptarlo, pero soy dos personas las cuales conozco a la perfección, la que piensa claro y la que no. La que piensa que controla la situación y la que es controlada por la situación. Es difícil mostrar mi lado que no me gusta, de hecho, solo se la muestro a la persona en la que me encuentro relacionada sentimentalmente, y me pone en una situación muy vulnerable, por lo que no me gusta que se muestre ese lado de mí donde pueden hacer de mí, prácticamente, lo que quieran.
***

No podía mostrarle ese lado de mi tan rápido, tenía que impregnar rápidamente mi imagen de patán antes de que pudiese enseñar mi lado real, vamos, tenía 21 años, ¿qué más podía, yo, esperar de mí? Pero bien, algo le gustó de mí y decidió acercarse más y más. Abrí parte de mi, le mostré un poco de lo que podía ser y creo que le gustó, no sé por qué. Nunca quise proponerle algo más íntimo que nuestra amistad por temor a romperla, sin embargo tenía el cien por ciento de mi atención, todo el día, cada segundo de las horas que pasaban lentamente en la agonía de mi relación actual con una mujer que hizo de mí lo que nunca habían hecho.

Salí de aquella empresa en términos súbitos por lo cual había solicitado discretamente meses atrás, nadie sabía, ni yo. Cambié de trabajo y continuamos hablando por ese medio que tanto me dio de ella. Cuando entré a trabajar a mi nueva oficina, me di cuenta que podía seguir viéndola, estábamos a tan solo unos edificios de distancia, por lo que le propuse vernos en la esquina media que había entre nuestros trabajos. 

A ti:
Eran las 2:30 de la tarde, marzo de 2007, calor repugnante y lleno de personas caminando por la acera y camellón de esa calle que era el único camino a verte. Acordamos vernos dentro de 15 minutos en esa esquina, llegué poco antes que tú, solo unos segundos, tiempo de dio de prender un cigarro y ver a toda la gente que pasaba pensando en que si podría ser un blanco fácil de miradas con lo que pensaba hacer, tenía pensado besarte. Llegaste con tu paso apresurado, de larga zancada, sin tacones, pantalón caqui con una blusa verde esmeralda. Nos saludamos, sonreímos, sabíamos perfectamente porqué estábamos ahí, subí a la banqueta ya que estaba abajo de ella, esperando a que fueras como casi todas las chicas con las que me había besado, chaparra, pero no, eres tan solo unos centímetros más baja que yo por lo que tuve que subir a la banqueta, después de un par de minutos de plática que teníamos que tener con cordialidad socialmente aceptada nos acercamos con sonrisas nerviosas y nuestros labios se tocaron de una manera tan tímida e inocente que me desconocí. Sentí un rayo que atravesó mi espina, me besaste con la ternura que no conocía y sacaste de órbita todo lo que pensaba tener bajo control. Fuiste la sensación que nunca tuve, la sensación que siempre quise tener. Poco a poco nos acercamos más y decidiste terminar con aquel beso que quise que fuera eterno. Te despediste raudamente dejándome ahí, con un hoyo del tamaño del zócalo de México en la boca del estómago, como si lo que hiciste estuviera mal y sí, estaba mal, no era el momento ni el lugar. Seguimos repitiendo dichos encuentros, en el mismo lugar, a la misma hora. Cada vez más sensual, más fuerte, más excitante. Lo que había empezado como acercamiento solo de los labios, había terminado en abrazos fuertes y cálidos, te tomaba de la cintura, esa zona de la que me enganchaba para poder mantener los pies pegados al concreto. Consecuentemente me provocabas erecciones dentro de nuestros pocos y cortos momentos de ternura evolucionada en pasión de 3 minutos, siempre entre cantidad incontable de gente que nos rodeaba, mi único impulso era pegarme a ti hasta que un día lo hice tan indiscretamente contigo que te diste cuenta, metiste tu muslo entre mis piernas para sentirme más y mi única reacción inmediata fue aventarte efusivamente a unos arbustos, reacción de pánico ya que no quería que te dieras cuenta. Inútil, demasiado tarde.


lunes, 21 de mayo de 2012

Introspección.

Jamás he terminado de saber lo que puedo tener en mis manos sin antes haberle hecho un análisis profundo, en todo sentido; gran limitante para la intimidad de mi estabilidad emocional dado a que han sido pocas veces las que me da una satisfacción completa el análisis que realicé. 
Es frustrante saber que nunca puedo sentarme a disfrutar de las cosas sin necesidad de andar escaneando cada detalle del cuadro que entra en mis ojos, sin embargo, en espejismos optimistas que llego a generar espontáneamente, es fácil visualizar lo que quiero dado a que ese análisis es tan perfecto que puedo saber cuanta felicidad puedo generar de ese suceso, es decir, sé perfectamente desde el inicio de determinado evento cómo es que se desarrollará. ¿Eso por qué? Pues porque me predispongo, no por cómo vaya a pasar, si no por la pésima manera de sospechar de todo.
Esto me ha traído contrastes en todo lo que me dispongo a narrar. Es tan sencillo de definir como que algo me guste al grado de un éxtasis intrínseco o un agotamiento de paciencia o deseo aun cuando ni he empezado dicho evento. 
Más fácil: todo me caga.
Y generalizo porque son pocas cosas las que verdaderamente me llenan ese alto grado de embebecimiento que me gusta mantener. El mantener mi capacidad de asombro tan alta como pueda me ha servido para experimentar cosas con temor a perder sensibilidad, mejor dicho, poco es lo que me da miedo a que me desilusione.
El escenario contrario es referente a cuando algo cruza esa linea que planteo para poder disfrutar algo, lo convierto en algo tan idealizado que cuando acaba se lleva consigo toda mi energía.
Dada la descripción de toda la percepción que ronda en mi cabeza, dispongo a usar éste blog como un método de desahogo de todo lo que me llega a frustar, en todo tipo de ejercicio literario de mentada de madre.
Ah, sí, Hello World.